El esperado by José María Guelbenzu

El esperado by José María Guelbenzu

autor:José María Guelbenzu [Guelbenzu, José María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1984-01-01T05:00:00+00:00


II

Una mujer tan hermosa

El día de la partida, tras el primer amago del azote del Norte, amaneció sin una nube, tan solo veladuras neblinosas que, apenas empezaron a levantar, hicieron expandirse al cielo como una gran mancha de luz azul pálido, la cual poco a poco iba tiñéndose de añil en una segunda oleada que emanaba del mismo círculo cenital por el que abrió la niebla. Aguardábamos un día favorable, según los partes, pero ninguno de nosotros esperaba la explosión de alegría con que nos recibió la mañana. Yo lo tomé por un buen augurio, mientras nos aplicábamos a apilar en el Citroen la ropa y los pertrechos de última hora, pues durante la tarde anterior Herminio, el marinero que nos acompañaría a bordo, se había ocupado, junto con Arturo Mayor, de estibar la carga.

No me tenía entonces por persona especialmente valerosa, pero entiendo que en la posibilidad de efectuar un crucero dejaba de lado tal carencia y me impulsaba a sentir tan solo el entusiasmo de la aventura y de la curiosidad. Desde luego, fui repetidamente advertido sobre los horribles mareos que me sobrevendrían por parte de Jaime, pero yo sentía con fuerza insospechada la convicción de que fuesen cuales fueran los peligros y sorpresas que me aguardaran sabría hacerles frente si no con veteranía al menos con dignidad. Ni por un momento tuve la menor duda acerca de la ilusión con que esperaba el viaje y esta se encontraba por encima de cualquier vacilación. Así partimos de casa, amontonados en el asiento trasero entre bolsas y sacos de dormir, camino del puerto y acompañados por doña Mariana, quien se ocuparía de despedirnos y retornar con el automóvil, pues no era dada a entretenerse en la mar más allá de una jornada.

El María Purísima estaba amarrado de popa al muelle de almacenes. Se trataba de un yate familiar, construido en madera y pintado en siena con una banda negra, como negra era también la parte inferior del casco, de roda a codaste; era de tipo nórdico y, al parecer, botado recientemente. Tendría más de diez metros de eslora, a mi juicio. Un tambucho bajo de techo corredero arrancaba desde la bañera y se dirigía estilizadamente hacia el cuartel de proa. Portaba un solo palo y tanto este como las perchas eran de madera; la jarcia firme estaba hecha de cable de acero, las drizas y escotas eran de cuerda, como la red de los pasamanos que recorrían los costados del barco guiados por candeleros empenados a cubierta. En su conjunto, el velero tenía un hermoso aspecto de velocidad y arrojo.

Arturo Mayor, apenas saltamos a bordo, me explicó pacientemente la distribución del yate. En realidad yo no era otra cosa que un simple estorbo en aquel crucero; no sabía ni cocinar y, aunque decidieron dedicarme a las labores de pinche y a una suerte de vago apoyo general, sospecho que se daban por satisfechos si conseguían que me limitase a no estorbar la maniobra. Yo, por mi parte, observaba por



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